24 jun 2010

Quién va (Cap I)

Quién sabe. Una acumulación despeinada de pasiones, apetitos y deseos de venganza, y de lucimiento; así de vulgar, como todo el mundo. Mi estructura física se acerca a lo femenino, tal vez por eso me nombraron María (y otros nombres vergonzosos que no pienso repetir) con sólo nacer.
Durante la década en la que los hippies se organizaron como psicodélico grano con destino a los culos de los egoistólatras, esta menda lerenda recitaba sin ritmo apropiado tablas de multiplicar, oraciones y rezos con magistrales toques de hambriento humor infantil: “El pan nuestro untado con mantequilla danos, león…”, fechas históricas para los histéricos del dato y la lista de las preposiciones. Nunca llegó hasta mí la lista de los reyes godos… una lista de guerreros fornidos, revestidos de espectaculares músculos habría excitado la imaginación de las inocentes niñas que hormoneaban por aquel entonces los coles de monjas.

Durante los setenta quedé atrapada al otro lado del muro de acné. De modo que mi salvoconducto sólo me permitía merodear por discotecas oscuras. No aprendí el arte de seducir, las únicas roscas a las que accedía libremente eran las que cocinaba mi tía entre océanos de aceite y desiertos de azúcar. Mi muro crecía y el inevitable intento de suicidio adolescéntrico me rondaba (era lo único con suficiente valor para rondarme, los demás entes de estructura masculina huían de mí despavoridos, y con los ojos desencajados de sus órbitas cayendo al vacío, rebotando en los horribles cuellos duros y largos de las camisas de la época, dejando su rastro de sangre sobre los estampados de serpiente o sobre el sufrido e insufrible color marrón). No aprendí a seducir pero entablé una duradera amistad con la cerveza, y me dediqué a dibujar cosas absurdas al salvífico compás que marcaban los hombrecillos del vinilo: los Floyd, los Yes, los Who, los Genesis, los Jethro Tull, los Zepelin o los profundísimos Purple.

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